Extracto de "Antonio Porchia, El Poeta
del Sobresalto"
De Alberto Luis Ponzo
Epsilon Editora
Premio de la Fundación Argentina para la Poesía (1978)
ENSAYOS
"Todos mis
pensamientos son uno solo.
Porque no he dejado nunca de pensar".
Antonio Porchia
La
altura de un idioma fraternal.
La
sustancialidad de la obra de Antonio Porchia exige una extremada penetración y
representa una experiencia impar para el que se acerca a ella por primera vez.
La dimensión de su material verbal, la extensión formal característica de su
estilo y la totalidad encerrada en sus límites, no guardan relación con los
alcances de su significado y el entrañable peso de las palabras.
Es
muy difícil "ubicar" a Porchia dentro de la literatura argentina, no
sólo por su expresión alejada de las tendencias más difundidas, sino por su
actitud y voluntad de responder con su vida al pensamiento esencialmente poético.
Sus creencias fundamentales no son contrapuestas a su manera de vivir. Mientras
hay escritores que esperan homenajes, triunfos y halagos que son la muerte de la
humildad, Porchia enseña que no hay expresiones para ganar nada, sino para
"ser ganado" por la revelación y la gracia de un momento cósmico.
"Sin
el poema, ¿qué es el hombre? Sin el hombre, ¿qué es el poema?" Con una
forma de vida artificial, con el frecuente desdoblamiento que se da en una obra
ante las circunstancias de su realización, no puede haber mañana en el arte,
ni mañana en los seres humanos.
Lejos
de toda seducción, al margen de la despiadada competencia literaria, Antonio
Porchia iba por donde lo llevaban sus palabras, y éstas se ajustaban
desnudamente a todos sus actos. Modelado y además era modelado por sus
cualidades y sus errores. Porque "quien dice la verdad, casi no dice
nada". De los errores puede decirse mucho más, porque "una cosa sana
no respira", no se siente respirar, diríamos, mientras vivimos sintiendo a
nuestro alrededor como sufren otros los errores del mundo, como se mueven los
hombres para cometer nuevos errores.
Porchia-escritor
no ignora que sobre su vida transcurren otras vidas y que sobre su azarosa búsqueda
de verdad hay grandes y efímeros momentos que se encargan en los pequeños y
eternos momentos del poema-voz.
Enseñar
a "ganarlo todo" es la peor enseñanza de nuestra civilización: ganar
prestigio, influencia o poder que sólo conducen a la pobreza del arte. "Y
menos mal que yo me enseñe, solo, a perderlo todo", dice con voz y ojos
que no sólo denuncian la profundidad de su mente, sino la dignidad extraña y
dulce para saber desprenderse de lo innecesario, así sea en el lenguaje como en
la vida diaria, en esa otra profundidad de la subsistencia difícil.
Si
hubiera que resumir en una sola de sus Voces la clave de esta subsistencia, tal
vez serviría de ejemplo la que expresa: "He llegado a un paso de todo. Y
aquí me quedo, lejos de todo, un paso".
¿No
llegó justamente a un paso de todo Antonio Porchia? ¿No estaba lejos de todo:
de los aplausos, de las riquezas, de "la degradación del nivel de vida y
la soberanía del objeto", como dice Octavio Paz?(1) ¿No estaba un paso
del universo y lejos de las
ambiciones que lo desintegran día a día? ¿No estaba a un paso del infierno y
del paraíso, cuando confesaba: "Iría al paraíso, pero con mi infierno;
solo, no" ¿No estaba lejos del dolor y de la felicidad, cuando admitía
que "Herir al corazón es crearlo"?
El
creaba su corazón a cada instante. No escribía sobre su vida, sino
"desde" su vida. Por eso no empleaba la extensión, sino la
intensidad.
El
decía: "Mi última creencia es sufrir. Y comienzo a creer que no
sufro".
Por
eso creía tanto y no hacía ninguna obra. De acuerdo con su propio pensamiento,
las Voces "se hacían" en él.
Llegaba
a la experiencia poética totalmente inocente, porque no esperaba
"llegar". Pero no se llega a ninguna parte, y menos en la poesía, sin
libertad de pensar, de ver, de sentir. Es una libertad pagada "con mi
encadenamiento a la tierra", dice Porchia. Llegar es entonces un constante
empezar a conocer; no es la posesión del conocimiento, sino el contacto inicial
con la palabra cargada de circunstancias comunes o extraordinarias. Es un no
llegar nunca, un no saber llegar. Y una revelación no buscada a un paso de la
llegada. Las Voces de Porchia
fueron reveladas mucho antes de haber sido escritas. No se adelantan a la visión,
sino que la preparan. Y también él no se adelanta a su vida, sino que la
siente antes y la ciñe a sus deberes esenciales, a sus pocas necesidades, que
de tan pocas lo hacen vivir más, como si el ser se extendiera a medida que las
cosas van desapareciendo.
"He
abandonado la indigente necesidad de vivir. Vivo sin ella".
¿Vivía él realmente sin esa necesidad, o necesitaba privarse de las
cosas, para comprenderlas? ¿Nacieron sus Voces cuando se sentía más
incomunicado, o llegaron a él después de unir todas las Voces que lo acompañaban,
de lejos y de cerca?
Las
alusiones ahora la soledad, al vacío, al dolor --contingencias que trata sin
amargura, con inflexible conducta, que no reclama ningún consuelo o protección--
son frecuentes y constituyen temas envolventes de inesperados sesgos expresivos.
Pero significan además de una actitud abnegada, un elemento reflexivo que
introduce en la escritura para iluminar los lados opuestos de la reallidad..
En
esta forma Porchia recurre a lo pasajero para hacer ver la eternidad, a la caída
para hacer sentir el ascenso, a la pequeñez para acercarse a la grandeza, a la
oscuridad para alumbrar el lenguaje.
Logra
por último remover su experiencia hasta el abismo y desde allí, sin engaños
ni desvaídos discursos, con la altura de un idioma fraternal, "con el aire
y la nada", como afirma Voggelman,(2) viene a nosotros.
UNA
CLARIDAD DOLOROSA
Las
palabras se emplean para "asentar" el conocimiento, como ha dicho
Pedro Salinas (16), son objetos que deben su expresión a todo lo que sucede en
el mundo, pero tienen también una modulación propia que se debe a lo que ellas
mismas sugieren o provocan más allá de la experiencia.
Porchia
ha llevado esa provocación a una extrema severidad y a una claridad dolorosa.
¿Puede
aquí hablarse sólo de palabras, existiendo antes de la expresión una
preparación mental tan intensa? ¿No hallamos en la denominación elegida por
Porchia la más apropiada categoría para una luminosidad verbal donde
"todo tiende a unirse" implacablemente?
Estas
Voces, como sismos invisibles y silenciosos, cambian la realidad de lugar, abren
y cierran brechas, levantan y hunden los bordes que antes estaban en el nivel
exacto del lenguaje.
La
totalidad de esta acción, dentro de sus bellas características, es
"construida dialécticamente
a partir de sus momentos", como si cada fragmento encerrara una
doctrina poético‑filosófica. Pero Porchia no pretendía fundar ninguna
teoría sobre la realidad ni trascenderla a la manera idealista.
Los
momentos vividos se relacionan como piezas sensibles y entrañables, se dirigen
siempre hacia aquella totalidad, donde más necesaria es la adhesión del
hombre.
Voces
como sismos: buscan la identidad del ser y para ello, desde el fondo del cráter,
funden experiencias y provocan otro resplandor sobre la vida: "Me
es más fácil ver todos las cosas como una sola cosa, que ver una cosa como una
sola cosa".
Estos
sismos hacen ver el lenguaje en todas sus dimensiones. Lo invierten, lo
desnudan, lo dividen, lo unen, lo excavan. Hay lugares vírgenes, canales
deshabitados o pasajes subterráneos donde se establece la comunicación.
Éste
es el lenguaje "más poético", al ser el "más largo". Cada
partícula de poesía está casi vacía de lenguaje y llena en cambio de
misterio: "Soy un habitante,
pero, ¿de dónde?
"Tarea,
pasión, paciencia y el humilde verbo hacer": tal vez en estas decisivas
palabras de Roger Caillois (17) se encuentren las únicas claves poéticas de
Antonio Porchia, uno de los autores argentinos que él más admiraba.
El
hacer, al ser pasión, no conoce tiempo. Porchia sentía como pocos el peso, de
la existencia y otro era el "tiempo" que le preocupaba, no el
superficial transcurrir de los años: el que deja huellas sobre el hombre de los
días y de los siglos, que es distinto al que algunos consideran al margen de la
historia. No el tiempo-muerte, sino el tiempo-vida.
EN
EL LUGAR DE LOS DESPRENDIMIENTOS
Lo
instantáneo, lo presente y lo próximo son los pilares en que se sostiene la
idea mágica de la realidad, en un sentido dinámico que impide toda ambigüedad
o confusión. Hablar de otras presencias fuera de las cosas en que se manifiesta
esa realidad, sería poner en duda muchos de los atributos que Porchia buscaba
desentrañar en contacto con el mundo; el misterio, el infinito, la belleza, el
abismo.
Consideramos
estos términos como propios de una experiencia vital y de un pensamiento
inagotable que no rehuía ningún compromiso personal, ante la suposición de
sus contenidos abstractos.
¿Qué
mayor compromiso que el de un arte desnudo, animado por la necesidad de
"asir la vida en medio de la corriente" como afirma Svanascini (18) al
explicar el pensamiento Zen?
Porchia
no ha hecho otra cosa que retener exclusivamente las resonancias de esa
corriente, aunque también ha dejado entrever los silencios que no pueden asirse
y las notas que se ocultan en el
lecho agitado.
El
instrumento poético puede bucear dentro de la vida del ser conteniendo el aire,
manteniendo una respiración breve hasta la extenuación. No se prolonga más
allá del extremo en que sería convertida en un mecanismo estéril o en una fórmula
altisonante. A veces sucede lo contrario: está tocando ese extremo y lo cruza a
pesar suyo por un lugar demasiado estrecho, como para que sólo pueda pasar el
silencio. Y hay que comprender ese silencio en toda su intensidad.
Son
estados reflexivos, desgarramientos de quien puede decirse, como Octavio Paz
(19) al hablar de Basho, que eligió "un camino hacia una suerte de
beatitud instantánea, que no excluye la ironía ni significa cerrar los ojos
ante el mundo y sus horrores". También "nos enfrenta a visiones
terribles" y nos alerta sobre el engaño de muchas ideas, el peligro de las
apariencias y los equívocos de nuestro razonamiento. A lo racional Porchia
opone lo sensible, lo absurdo y lo irrevelable dentro de una visión directa: "¡Quién
para verme me mira, qué mal podrá verme!" Así también se verá mal
el mundo, si no buscamos en la experiencia todas las visiones posibles, y hasta
las que ofrecen el vacío como única visión. Este vacío, para Porchia, está
unido a un "sentimiento de universal simpatía con todo lo que existe, esa
fraternidad en la impermanencia con hombres, animales y plantas", como ha
observado Paz al profundizar en el budismo.
Más
cercano a esta actitud carnal que a una modalidad estética, el autor de Voces
es por eso uno de los más sinceros e insobornables testigos de nuestro tiempo.
Se
diría que sólo es admisible el "presente" en las Voces de Porchia.
Esa parte del tiempo que para ser eterna, como dice en un fragmento
esclarecedor, "es siempre lo recién nacido o lo recién muerto".
Entre
lo que llega y lo que se va, se detiene apoyándose en la más pequeña grieta,
en la separación que le sirve de rastro: es un hombre que se ubica en el lugar
preciso en que se suceden los desprendimientos.
CON
EL MÁS DEPURADO FULGOR
Antonio
Porchia, como Rimbaud ,(20) sin llegar a los límites de su "insurrección
contra la sociedad condicionada", ha hecho de la poesía un acto más
significativo que la palabra, una toma de conciencia que como un hilo conductor
carga sus Voces de energía para expresar su dolor, su descontento, el amor por
la "verdadera vida" y el desdén por la vida social y la
magnificencia: "Todo lo grande de los pequeños. Nada: lo grande de
lo grande ".
Pero
si en Rimbaud hay "frustración
y fracaso", en Porchia hay apacible aceptación y triunfo en la inocencia y
en la soledad: "Quise alcanzar lo derecho por sendas derechas. Y así comencé a
vivir equivocado". No obstante el peligro de esta equivocación,
encuentra la forma de sobrellevar una vida resuelta en profundidades, no en
satisfacciones o estímulos artificiales: "En
mi viaje por esta selva de números, llevo un cero a modo de linterna"
Porchia
va más allá todavía de su renunciamiento. Quienes lo conocieron saben que no
escribía sobre su pobreza, sino que vivía circundado por ella, como un arma
preciosa para oponerse a la "necesidad" sin necesidad: "Cuando
me conformo con nada es cuando me conformo con todo".
Otras
necesidades vienen a ocupar el vacío de las cosas perdidas o rechazadas. Van
abriendo otro mundo a medida que desaparecen en la vida de Porchia. Las Voces
son como los moldes de arcilla en que toman forma las revelaciones a medida que
se suceden los padecimientos: "Se
me abre una puerta, entro y me hallo con cien puertas cerradas ".
Es
el poeta nuevo que no propone fórmulas herméticas ni soluciones intelectuales
para redimirse. Hace pensar constantemente en la realidad y en las posibilidades
de transformarla con el arte, en un plano que lo acerca a la poesía surrealista
al no ser sólo la "explicación de lo que pasa en el hombre, sino parte
viviente de él" y "un vertiginoso descenso en el interior del espíritu".
Para hacernos pensar en la realidad, Porchia no recurre a procedimientos reñidos
con esa otra realidad de la materia poética. En él parece no diferenciarse el
contenido de los dos mundos: cuando más intenso es el de su vida, más
penetrante y luminoso se hace el de sus palabras, como dos partes
complementarias y nutricias de un mismo concepto.
"El
hombre no va a ninguna parte. Todo viene al hombre, como el mañana". Hay
tanta sencillez y tanto vértigo en esta construcción poética, que se sienten
avanzar los instantes, ese mañana que está tocándonos, que nos mueve aunque
no avancemos un paso.
¿Cómo
pensar en ese "mañana" en dimensiones extrañas a la naturaleza del
hombre? ¿Cómo pensar en ese "mañana" sin el hombre de hoy?
Las
"nuevas divinidades de la técnica" y los "casi
sobrehumanos" protagonistas de nuestra era de viajes espaciales, como dice
una escritora,(21) no nos hacen olvidar a los seres de profunda pasión por las
contingencias terrestres como Porchia. Su infinito e insaciable poder de
conocimiento no sólo se suma a la pequeña historia de cada individuo, sino a
la incesante aventura de la humanidad. Otra historia, en fin, en la cual obran
las palabras más simples y naufragan las más ambiciosas.
"El
hombre es uno, el río es uno, el astro es uno. Uno, uno, uno. Hay un Infinito
de uno. ¡Y no hay ni un dos!", exclama Porchia. La diversidad de "unos" se opone a la
uniformidad de algunos. La solidaridad nace cuando cada uno crea solidaridad, no
cuando entre todos se inserta una ilusoria sensación fraternal.
No
tenemos que ir muy lejos, en el mundo o en el alma humana, para darnos cuenta de
que en la actualidad parece ganar terreno la segunda de las instancias. Por eso
dice Porchia: "No comprendo cómo el hombre
puede ser el hombre. Porque el hombre es lo que hay en él y lo que hay en él
no es el hombre. " ¿No se ha "manifestado" como es, o su ser
ha sido aniquilado por la insensatez? De acuerdo con otra de las Voces, es más
probable la primera hipótesis: " Y si llegaras
a hombre, ¿a qué más podrías llegar?"
La
ironía inocente, ligeramente cáustica de Porchia, envuelve este juicio dramático:
"¿Qué
diría de la humanidad de hoy? Diría que sus calles son anchas".
Sus
críticas a la humanidad de hoy son de una sinceridad desafiante. No tienen el
carácter de una denuncia ingenua: son Voces de alarma, llamados a la comunión,
a la iluminación.
"Al
ser algo, somos uniones", dice
Porchia. "Al ser algo, somos poesía,
sino no somos ". Es esa poesía - vida futura en el interior del hombre
que ha ganado en calidad, según René Char - la que Porchia encarna,
irreductiblemente, con el más depurado fulgor.
ERA
COMO LO QUE ESCRIBÍA: CALMA, TENSIÓN Y MOVIMIENTO ARDIENTE
"Suele parecer poco quien es mucho", decía Porchia. El era mucho y no
parecía nada. No parecía un hombre común y era el más común de los hombres.
No era un ángel, sino un ser de esta tierra" "una nebulosa lejana" que
se comportaba de una manera angélica.
Si
no existieran las Voces no sabríamos todo lo que sabemos de él, no conoceríamos
su personalidad. Pero sólo por su personalidad pueden comprenderse las Voces
que "se decía": "Lo que
me digo, ¿quién lo dice? ¿A quién lo dice?"
Era
un hombre que hablaba a otros hombres, no un escritor escribiendo para un público
determinado. Sabía lo que daba; no sabía a quién lo daba. No sabía que quien
recibía su voz, no era igual a lo que era un momento antes. Hubiera podido
decirle entonces lo que él decía: "Cuando
me
hiciste otro, te dejé conmigo".
Decir
la verdad es hacer vivir. El engaño es la muerte del deseo, de ese primer deseo
que no busca nada, sino que es buscado por la belleza. La verdad, en cambio, se
manifiesta sobre toda necesidad objetiva y resplandece cuando puede dar paso a
la vida de los demás, aun con el sacrificio o gracias a él.
¿Cómo
hacer vivir --se preguntará Porchia-- sin sacrificar algo de la propia vida? ¿Cómo
escribir una sola línea sin acercarse al abismo? Muchas tentativas son inútiles
y los esfuerzos a veces concluyen en el vacío. Sabe que es a sí y no se echa
atrás: "Por lo que
doy la vida, a veces no daría nada, pero siempre doy la vida"
En
la personalidad de Porchia existe la misma claridad y la misma oscuridad que en
sus Voces. Era como lo que escribía: concentrado, lleno de calma, pero también
de tensión, de movimiento ardiente.
"En
su dulce y bendecidor mirar de mansa y limpiadora agua lustral --dice Galtier--
deja caer, cuando se vuelve hacia adentro, un negro y duro carbón
encendido." Quien haya mirado una sola vez a Porchia, podrá sentir todavía
en su mirada esa mansedumbre, que escondía la agitación profunda de su
pensamiento, la sustancia lentamente macerada de sus Voces.
"No
parecía un hombre --asegura Roberto Juarroz-- sino más bien lo que podía
llegar a ser un hombre." Una humanidad distinta transitaba por él. Había
llegado a ser en una vida lo que a veces tarda siglos en realizarse, por medio
de la evolución. Lejos de pensar en un ser superior, considero que era así
porque no pretendía superar a nadie ni alcanzar
ningún poder.
No
era un visionario. Como visionario, ¿hubiera llegado acaso a ver más? ¿Hubiera
llegado a renunciar a su mirada, para encontrar otra visión? ¿Hubiera podido
renunciar a esa visión para volver los ojos al misterio, de donde partía?
Anécdotas,
episodios, etapas de la vida concreta y consciente no significan demasiado para
el conocimiento del ser de Porchia. Su ser era la palabra misma, su realidad
estaba más allá de su existir real: estaba en sus Voces.
Su
existencia total era una permanente búsqueda de otras realidades. En la vida
corriente hacía lo que hacen todos los seres normales, "más" lo que
sólo podía hacer Porchia.
"Cada
uno es su lenguaje", dice Juarroz, y él disponía de dos vidas: la suya y
la de sus Voces. Veía a través de sus ojos y los ojos de sus palabras. Sentía
por su vida y por ese otro organismo sensible de la expresión, con asombrosa
intensidad.
En
Porchia, como en todos los auténticos poetas, hay una "contemplación
" de la palabra, y de ahí surge su parentesco con la práctica del Zen.
Entre las sugerencias dadas por el yogui chino Chang-Chen-Chi(22) figura sobre
todo una que parece apropiada para interpretar el pensamiento de Porchia:
"Tratar de ponerse en un estado de ánimo semejante al del
"sobresalto". La "sensación de contemplar" y este estado de
ánimo son quizás las más directas impresiones que trascienden después de
leer Voces. También son los hilos más firmes que nos conectan con su
personalidad.
Para
definirla bastaría un instante, pero toda una vida está hecha de actitudes que
se mueven como los acontecimientos. El movimiento forma o registra una serie de
reacciones o respuestas para cada situación que debe enfrentarse. Parecería
que en Porchia no se manifiestan bruscas oscilaciones y cambios imprevistos. Sin
embargo, su vida ha sido difícil desde su llegada a la Argentina con su
familia, luego del fallecimiento de su padre, "que había sido cura, y había
dejado los hábitos para casarse con la madre de don Antonio", en Italia.
Esta historia no es así para algunos parientes de Porchia, pero nadie dudaría,
aun en el caso de que hubiera tenido educación religiosa sin llegar a ordenarse
sacerdote, que dejó en el hijo mayor un hermoso recuerdo: "Mi padre, al
irse, regaló medio siglo a mi niñez".
Pero
fue algo más que tiempo lo que recibió de aquel hombre: "su
bondad sin límites, su personalidad fermental".(23) También
la inclinación protectora, la necesidad de vivir antes que seguir una
profesión, una "carrera". En suma, otra dimensión del conocimiento y
de la formación del ser humano, que lo llevaría a decir, muchos años después:
"Como
me hice, no volvería a hacerme. Tal vez volvería a hacerme como me deshago
".
"Echó
su suerte con la vida --explica Galtier-- y fue su suerte una sola con la vida.
Marcado estaba su destino. Y la vida fue puntual para él y rigurosa." Tuvo
que aceptar humildemente los trabajos que encontraba en una época de crisis
económica. Su biografía de esos años --segunda década del siglo-- podría
resumirse como lo expresó en una de sus Voces: "Mi
primer mundo lo hallé todo en mi escaso pan". Pero era
"su" mundo y después nada le faltó, aunque "se quemara"
para tener lo que los yoguis llaman "conciencia de sí mismo". Veló
como ellos para que su mundo no fuera realmente pobre.
"Fue
apuntador en el puerto, cestero improvisado, ayudante de tareas generales en una
imprenta", pero tuvo tiempo también para hacer frente a un mundo extraño,
en el que había que hacer tareas más duras todavía: ese mundo de "las
potencias del espíritu" al decir de Artaud, "que junto al de la
naturaleza iban a llevarlo por otro camino. Quién sabe si al darse cuenta de lo
que iba a sucederle, dijo su frase más difundida: "Dirán
que andas por un camino equivocado, si andas por tu camino ".
Belleza
y sabiduría fueron a lo largo de su vida sus auténticas ganancias, en medio de
la pobreza material y de su incapacidad para alcanzar lo que llamamos
desaprensivamente una "buena situación". "He
abandonado la indigente necesidad de vivir. Vivo sin ella" decía
seguro de sí mismo y de todo lo que encontraba en su vida, a pesar de lo que
estaba perdiendo. Sus balances no tenían cifras, sino Voces.
Fue
un hombre desinteresado, pero no despreocupado. Intereses y preocupaciones tenían
signos contrarios, como el valor que daba a las cosas. Su elección no era
resultado de una actitud meramente espiritual. Si alguien llamara altivez a esa
obstinada actitud, tendríamos que reconocer una altivez de sentimientos, no de
gestos o de creencias absolutas.
Cuenta
el pintor Adolfo Menéndez al rememorar las reuniones de la Agrupación Impulso,
durante un breve período en el que Porchia se desempeñó como presidente, que
en esa función "fue un fracaso; ¡pero si nunca hablaba! Sonreía,
saludaba, pero para hacerlo hablar tenían que obligarlo".
"Porchia
era muy tímido, muy introvertido. Siempre se ubicaba en el rincón más alejado
de la habitación, y hablaba poco",. recuerda José Pugliese. ¿Cómo podía
ser distinto un hombre que había llegado a entrever una comunidad tan intensa,
más allá de toda manifestación verbal? ¿Cómo podía mostrarse en otra forma
quien había dicho: "La
compañía no es estar con alguien, sino estar en alguien'?
Su
parquedad era respeto hacia los demás, imposibilidad de mentir una relación
que no sentía, o temor a desvirtuar una amistad que lo conmovía. Su, timidez
era el otro lado de su fraternal entrega, de su pensamiento en expansión.
Como
ocurre en los seres más sensibles y retraídos, Porchia "solía ser muy
conversador con sus amigos", dice Nélida Orciroli. En una de esas
conversaciones, poco difundida, escribe Daniel Barros: "Esto iba a ser en
primera instancia un reportaje, pero a raíz de la personalidad del entrevistado
se convertirá en una charla, en un diálogo. A Porchia no le gusta lo formal.
Es algo impar dentro de la literatura argentina, el espíritu en inabarcable
medida, la austeridad en persona. Porchia vive muy modestamente, es más, no
creo que ningún escritor viva tan modestamente como el autor de Voces. Y él
sabe vivir muy bien así. Rodeado de cuadros, de libros, de recuerdos al fin,
vive en su casa de la calle Malaver en Olivos. Él va a la feria, hace su
comida, vive consigo mismo y, por consiguiente, con todos. Cuando le digo que le
voy a hacer una entrevista, responde que nosotros (los jóvenes) hagamos, ya que
sabemos hacerlo. Que él no sabe nada. Y esto no es pose, Porchia es un artista,
y su personalidad necesaria para nosotros, aunque directamente no se ocupe de
problemas particulares. Su posición frente a la humanidad es clara. Dice que él
no lo verá pero nosotros sí, cuando se llegue a "otro
estado de conciencia" porque
"esto no es mío, es de todos" Y
quien pronuncia estas palabras, sagradas palabras, vive muy precariamente,
pero pese a ello dice que 'Siempre he
estado peor que ahora "e"
Incluso puedo comer alguna vez bien.
Antes no Y nos lo dice con humildad, no con lástima. Su altura espiritual
le hace negar a ese estado "ideal" de vida que preanuncia, carácter
político."
Así
hablaba Porchia, con increíble naturalidad y soltura. No sólo de temas
importantes, sino de "sus plantitas" o de los derechos de autor que le tocaban cuando
empezaba a venderse aquel libro que antes las librerías guardaron en el depósito.
Hacía trascendentes las cosas más ínfimas, o transformaba aquéllas en
corrientes y accesibles con sorprendente facilidad.
"El
ser sano no está solo", dice Juarroz, y Porchia vivía en la mayor
soledad para estar "en alguien".
Y después sanaba a los otros con su compañía.
"La
lámpara del cuerpo es el ojo --enseña uno de los versículos de Mateo--; así
que si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz".(25) Las Voces
de Antonio Porchia son como ese ojo: iluminan su personalidad, su pensamiento,
con más intensidad que el lenguaje común.
(1)
Paz, Octavio, "Los signos en rotación", Sur, Bs. As. (1965)
(2) Vogelmann David J., "La vida detrás de las palabras" revista "Crisis" Nº 37, Bs. As., Mayo de 1976
(16) Salinas Pedro, El Defensor, Alianza editorial, Madrid (1967)
(17) Revista Sur, Buenos Aires, Nº 298-299, enero, abril (1966)
(18) Svanascini, Osvaldo, Sheshu y la pintura Zen, Instituto Argentino Japonés de Cultura, Buenos Aires
(19) Paz, Octavio, Sendas de Oku, Barral Editores, Barcelona (1970)
(20) Ibañes, Langlois, La Creación poética, Ediciones Rialp, Madrid (1964)
(21) Bullrich, Silvina, "El hombre de gris", La Nacion, Buenos Aires, 25 de Octubre de 1964
(22) Dávila Andrade, César, "Noción y técnica de la conciencia de sí mismo", Revista Zona Franca, Nº 57, mayo de 1968, Caracas, Venezuela.
(23) Polito Julián, "Testimonio", Revista Crisis, Buenos Aires, Nº 37.
(24) Torre, Guillermo de, ¿Qué es el superrealismo?, Editorial Columba, Buenos Aires, (1955)
(25) Dávila Andrade, César, Revista Zona Franca, Caracas, Nº 57